sábado, 8 de octubre de 2011

227. IRSE A MADRID

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Justamente hace una semana, es decir, el sábado pasado a la hora del vermut, me acerqué al Café Bretón a estar en la presentación de los Diarios de Iñaki Uriarte, saludar a Julián Lacalle, su editor, y hacer un poco de vida social. Uriarte estuvo inspirado en un breve texto que leyó: "un diario es algo que uno escribe para sí mismo, por lo que casi es indecoroso convertirlo en libro y mucho más presentarlo. Por eso, -continuó leyendo-, casi le pido al lector que lo lea a hurtadillas y sin que se entere nadie..." ¿He dicho inspirado?. Bueno, sí, cuando lo escribió, claro, porque leer en público es aún menos decoroso que convertir un diario en libro.

Según le oía me acordé de aquel prólogo que le hice a Julián para el librillo que me publicó al comienzo de su andadura como editor (Ciertas Cuitas sobre la Ciudad Incierta), donde escribí que como Julián no era un editor ni yo un escritor, aquello tampoco era un libro. Y luego he podido darme cuenta de que además era verdad: que un libro de artículos no es propiamente un libro.

La presentación del sábado pasado resultó ser doble, y después del no-libro de Uriarte, se presentó también en sociedad un libro de artículos o columnas escrito por un joven periodista gallego llamado Manuel Jabois de quien hasta ese momento yo no sabía absolutamente nada. Poco antes de tomar asiento, una colega de la enseñanza me sopló que era un crack, un follador, un tipo con mucho éxito... Y, en efecto, en pocas palabras, no leídas, hizo reír al público y se lo metió en el bolsillo.



Poco antes de abandonar definitivamente la lectura de periódicos, aún echaba un vistazo a las columnas, por ejemplo, las de Arcadi Espada; pero también éste se puso tan pesadito con los derechos de autor y con que la opinión personal necesita de un editor para convertirse en saber y en cultura, que ya ni las columnas. Todo lo que toca la industria mediática de la comunicación, tenga la inteligencia que tenga, lo convierte en basura. En los tiempos en que la tecnología ha conseguido que las personas volvamos a ponernos en contacto sin mediadores, todo lo demás es ya basura.

La seducción personal de Manuel me era del todo ajena y el mundo donde se abre camino, mucho más pero... el título que entre él y Julián habían elegido para su no-libro me picaba la curiosidad. Eso de "Irse a Madrid" es un latiguillo que a los que odiamos la provincia se nos repite como un pepino, así que al salir de la presentación me rasqué 15 euros del bolsillo y me lo llevé a casa.



Pues bien, no me arrepentí. A pesar de que algunas de las primeras columnas del libro aún me olían a periódico, pronto me empezó a seducir el tono personal del autor, ajeno por completo a la progresía generalizada o al sermón dominical. Aparte de que escribe muy bien (decir eso es un tontería) y que a ratos conseguía hacerme reír con ganas, el secreto de su encanto parecía estar en la savia que aún obtiene de la aldea, de las gentes antiguas, o de su abuelo, es decir..., de la provincia.

No sé si con ese tono hará carrera (si a mí me gusta, malo), pero mucho mejor que no se vaya a Madrid.
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